miércoles, 25 de febrero de 2009

Discurso De Saiedah Zeinab... (a.s.)



En el Nombre de Dios, El Compasivo, el Misericordioso

Discurso De Saiedah Zeinab... (a.s.)


IAZID ibn Mu’auiah estaba apoyado arrogantemente en su trono mientras sus secuaces lo rodeaban y lo adulaban. Tras el evento de ‘Ashurá, la familia del Imam Al-Husein (a.s.) había sido tomada prisionera y llevada ante IAZID. Él se sentía triunfante ante las mujeres y niños que se encontraban atados. Por medio de recitar horribles e insultantes poesías, IAZID ofendía con total descaro al Imam Al-Husein (a.s.) frente a la familia del Mensajero de Dios (s.a.w.). Los llantos de la familia del Imam (a.s.) no cesaban ni un solo instante, y las trágicas y desconsoladoras llamas que habían sido encendidas en los pechos por el martirio del Imam Al-Husein y de sus hijos y compañeros, no se sofocarían jamás.
Entre los prisioneros se encontraba Zeinab, la hija del Emir de los Creyentes ‘Ali ibn Abi Tálib (a.s.), que en Karbalá había acompañado a su hermano el Señor de los Mártires (a.s.). Los disparates y necedades que decía IAZID herían su corazón.
Con la elocuencia de su padre ‘Ali, el fervor de su hermano Al-Husein y el pudor de su madre Fátima Az-Zahrá, ella pronunció las siguientes palabras en contra de aquel rebelde tirano:
“El final de aquéllos que obraron mal fue tal que llegaron a desmentir las aleyas de Dios y las tomaron como burla.”
(S. Corán; 30: 10).
“La alabanza y gratitud pertenecen a Dios, Quien es el Creador del Universo. Que las Bendiciones y Paz sean con mi abuelo, el más grande de los Mensajeros. Dios fue Veraz al decir:
¡Oh IAZID! ¿De verdad crees que porque has vuelto estrechos para nosotros los derredores de la Tierra y los horizontes del cielo haciendo que nos lleven por todos lados como cautivos, somos despreciables ante Dios, y tú honorable ante Él? ¿Y crees que eso es porque posees grandeza y dignidad ante Dios, por lo cual te has vuelto arrogante, te jactas y presumes de ti mismo? ¿Te regocijas y alegras al ver que has acumulado poder y riqueza en este mundo, que los asuntos están en tus manos y que nuestro mando y posición de liderazgo se han allanado para ti?
¡Ve despacio, y serénate! ¿Acaso has olvidado lo que dijo Dios:
“Que aquéllos que descreyeron no piensen que si les concedemos una prórroga eso les supone un bien; ciertamente que les concedemos prórroga para que aumenten sus pecados y tengan un degradante castigo.” (3: 178)?
¡Oh hijo de aquéllos que fueron hechos prisioneros en el día de la Conquista de La Meca por nuestro abuelo el Profeta de Dios (s.a.w.) y que luego fueron liberados por él! ¿Acaso es justo que sitúes a tus mujeres y esclavas detrás de las cortinas mientras que nos llevas a nosotras, las hijas del Mensajero de Dios (s.a.w.), de aquí para allá como cautivas, rasgas sus velos y muestras sus rostros; que los enemigos las lleven de una ciudad a otra, y estén a la vista de la gente de los caminos y los bebederos, y tanto el cercano y el lejano, como el honorable y el vil, fijen sus miradas en sus rostros?
No tienen con ellas a ninguno de sus hombres como protector, ni les quedan tampoco auxiliadores.
De verdad, ¿cómo se puede esperar miramiento alguno del hijo de aquélla cuya boca desgarró el hígado de los puros para luego botarlo, aquel cuya carne creció alimentada de la sangre de los mártires? ¡Cómo no ha de ser presuroso a detestarnos a nosotros, la Gente de la Casa del Profeta (s.a.w.), aquel que nos ve con una mirada de rencor, enemistad, odio y resentimiento!
Sin considerarte pecador ni darte cuenta de la magnitud de tu pecado, dices: “Ojalá mis mayores, vencidos en Badr, hubieran estado vivos y presenciado esto, pues se hubiesen alegrado y me hubiesen dicho: ¡Bien hecho, oh IAZID!…”, en tanto que apretujas y golpeas con tu vara los labios y dientes de Aba ‘Abdil·lah Al-Husein, el Señor de los Jóvenes del Paraíso (a.s.). ¡Y por qué no dirías eso, tú, que asestaste una herida a nuestro corazón y arrancaste su piel al derramar la sangre de la descendencia de Muhammad (s.a.w.) y de las brillantes estrellas sobre la Tierra de entre los hijos de ‘Abdul Múttalib! Invocas a tus mayores creyendo que tu voz llega a sus oídos, pero pronto irás a parar allí donde ellos se encuentran, y entonces anhelarás que ojalá tu mano hubiera estado impedida y tu lengua muda y nunca hubieras pronunciado esas palabras, ni hubieras hecho lo que hiciste.
¡Oh Dios! ¡Restituye nuestro derecho, véngate de aquel que nos ha oprimido, y haz descender Tu ira sobre aquel que derramó nuestra sangre y mató a nuestros protectores! ¡Oh IAZID! ¡Juro por Dios que no desgarraste sino tu propia piel, y no cortaste sino tu propia carne. Y ciertamente que te presentarás ante Muhammad (s.a.w.) cargando con el hecho de haber derramado la sangre de su descendencia y haber profanado su santidad con relación a su familia y parientes, en aquel momento en que Dios les reúna, les restablezca su legítimo estado y restaure sus derechos, puesto que Dios dice:
“Y no creas que aquéllos que fueron matados en la senda de Dios están muertos, sino que están vivos ante su Señor siendo agraciados.” (3: 169).
Te es suficiente Dios como Juez, Muhammad (s.a.w.) como reclamante, y el Ángel Gabriel como el que le secunde.

Pronto esa persona que te engañó y te designó para dominar sobre la gente (o sea, Mu‘auiah), sabrá que los tiranos tendrán una mala retribución, y entenderá la posición de cuál de vosotros es peor y cuál ejército el más débil. Aún cuando desagradables circunstancias me han llevado a dirigirte la palabra, sabe que considero que tu valor es insignificante, que tu condena es mayúscula y que tu estado censurable es enorme.
Pero los ojos están llenos de lágrimas y los pechos están enardecidos. ¡Causa asombro que las nobles personas del Partido de Dios sean asesinadas por los del Partido del Demonio, que son unos cautivos liberados!
He ahí que nuestra sangre gotea de vuestras manos y vuestras bocas están atiborradas de nuestra carne. Puros y purificados cuerpos han sido presa de feroces lobos, y han sido restregados sobre la tierra bajo las zarpas de las crías de hienas. Si hoy nos consideras un botín para ti, pronto comprenderás que fuimos la causa de tu perdición, y ello será en el Día de la Resurrección, cuando sólo encuentres lo que hayas cometido. Y Tu Señor no es injusto con los siervos. Yo me quejaré ante Dios, y me encomiendo a Él…”
Lleva pues a cabo tus argucias, realiza tus esfuerzos y haz lo que esté a tu alcance, que, ¡por Dios! no borrarás nuestro recuerdo, ni extinguirás nuestra revelación, ni alcanzarás nuestras lindes y jamás podrás suprimir la vergüenza de tu injusticia.
Tu opinión no representa más que desvarío, tus días están contados y los que se agrupan contigo se dispersarán, llegando el día en que se invoque: «¡Que la maldición de Dios sea sobre los opresores!»
¡Alabado sea Dios quien hizo que el final del primero de nosotros sea con la dicha y el perdón divino y el del último de nosotros con el martirio y la misericordia!
Suplicamos a Dios que les incremente la recompensa y que nosotros seamos sus dignos sucesores. Por cierto que Él es Misericordioso y Afable. ¡Dios nos es suficiente y qué buen Protector!”.
Con sus expresiones semejantes en elocuencia a las de su padre ‘Ali (a.s.), Saiedah Zeinab Al-Kubra desenmascaró para siempre a IAZID y a sus secuaces ante los amigos y enemigos de Ahl-ul Bait (a.s.). Con una voz propia de la hija del bravo Haidar, ella hizo llegar el mensaje del suceso de ‘Ashurá ocurrido a Husein a oídos de todas las personas libres. Así pues, mientras el nombre de Husein (a.s.) esté vivo, el nombre de Zeinab Al-Kubra también lo estará.
DATOS PERSONALES

Nombre: Zeinab
Apelativos: ‘Aquílah – As-Siddiqah As-Sugra.
Edad al fallecer: 57 años.
Fecha de fallecimiento: (Según una narración) el 15 de Rayab del año 62 de la Hégira.
Lugar de entierro: Sham (Siria - Damasco).

ICCI Al-Gadir
Instituto de Cultura y Ciencias del Islam

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